Siento no haber escrito en un rato, pero se atravesaron unas vacaciones. Bueno, no lo siento tanto porque me la pasé rebien. Luego les cuento un poco del viaje, ya tenía más de 5 años que aquí, la edigator, no salía de su jaula de hielo.
No sé si ya lo había dicho, pero tenemos una huerta. Ante el inminente fin del mundo, creo necesario aprender algunas técnicas de supervivencia, entre ellas, plantar, cosechar y cazar ardillas. Eso último tuvo un problema ortográfico, porque yo entendí
casar ardillas, y pues me saqué una licencia de ministro y me la he pasado luchando por los derechos de las ardillas gays que también querían matrimoniarse... pero ésa es otra historia.
El caso es que primero conseguimos un poquito de tierra, como de unos 2x2m. Luego quitamos las hierbas, removimos la tierra , sacamos los vidrios
(¿por qué siempre hay vidrios?) y planté unos tomates y unos chiles. Esto fue a principios de mayo. Luego aprendí la lección de nunca plantar antes de
Memorial Day, porque nevó y se murieron todas mis plantas.
Pues después de eso, volví a plantar todo otra vez y pude rescatar una plantita de chile, lo malo fue que nunca volvimos a encontrar otra plantita de
tomatillos. Planté calabazas, melones, tomates, chile serrano, chile poblano, papas, albahaca, perejil, cilantro, espinacas y pimiento morrón.
Aquí la historia hasta ahora.
En Wisconsin todo es grande. Cada
tomate pesa un kilo, así que tuve que comprar unas jaulas para los tomates porque se les rompen las ramas a las plantas. Pero están deliciosos. No sé cómo voy a poder volver a comprar tomates en la tienda. Acuérdense, refresquen su memoria, los tomates son suculentos, jugosos, fascinantes, orgasmitos en la boca.
Mi gringo marido fue encargado de plantar las
papas. Hizo un hoyo como de un metro de profundidad y luego les clavó un palo cual estaca contra vampiros para que nunca fuera a liberarse de su tumba. Y funcionó. Porque no se han asomado.
Las
calabazas y los
melones ahí van, creciendo y apropiándose de todo con sus hábitos de rastreras.
La
espinaca no se dio porque el cilantro agandalló toda la luz, y en lo que me voltée por las tijeras para cortarlo floreció y tan taan, se acabó el cilantro.
Los
chiles serranos pican como si los hubiera plantado el diablo
(que algo hay de eso), están deliciosos. Ya he hecho llorar a unos españoles con una salsita.
La
albahaca aparentemente atrae a todo bicho a la redonda, así que les cedí la planta.
Y el perejil..., esto fue lo que aconteció con el
perejil. Para que no me fuera a suceder lo que luego me pasa
(que es que llega de sorpresa el otoño a mediados de agosto y se muere), decidí cortarlo casi todo. Estaba frondoso, verde y abundante
(como si Hulk se la hubiera... bueno, imagínense). Yo uso mucho perejil para cocinar, especialmente perejil seco.
Por lo tanto, corté mi profuso perejil, le quité los bichitos y la tierra y lo puse a secar sobre papel cartón.
Y entonces...
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¿Qué? ¿A poco te da asco que me acueste sobre tu perejil sólo porque me chupo la cola y rasco con mis patitas en la arena donde defeco? |
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Muajajaja |
En fin, mi gato con cama nueva y yo voy a tener que ir a la tienda a surtirme de especies.