Por más ropa fashion, edificios lujosos, tediosas juntas al medio día, trabajos especializados, dinero y casas de cambio, etc que tengan (o deseen), los humanos siguen siendo animales. La mayoría de las veces los humanos intentan identificar su humanidad con elementos no-animales; osea, si un animal lo puede hacer el humano niega esa parte y se construye a sí mismo como un anti-animal.
Entonces, si un animal defeca en público, un humano lo hace a escondidas en un baño. Si un animal se come a otro mientras el manjar está vivo; el humano lo mata, descuartiza y mete al horno con orégano. No importa que lo segundo sea más complicado, absurdo y requiera de técnicos, ingenieros y horas de capacitación para lograrlo. Cualquier variación hace al humano de lo más bestia.
Pero aquellos animales que se comportan no muy animalmente son casi humanos: los emocionales perros, los memoriosos elefantes con sus manifestaciones de dolor ante huesos elefantísticos, los parlanchines loros. Puf, casi humanos, cualidad (or so they say).
Ah, pero cuando uno de estos animales se comporta como su irremediable naturaleza terrestre lo indica, la gente se espanta porque se ve reflejada en el espejo de lo bestia. Ante el preámbulo: asústense.
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