Ayer fuimos hacia Laguna de Sánchez (fyi: no es una laguna). En el camino empezó a llover y justo a un lado de 7 cruces en la orilla de la curva empinada entre el deslave y el precipicio, el carro empezó a derrapar. Enrique gritaba que nos íbamos a morir y yo le aullaba que se callara porque esa palabra es tabú en los carros. JD impávido movía el volante y ajustaba la dirección (él jura que nunca se asustó).
A veinte km del destino deslizamos una vuelta en “u” y fuimos a ver el nuevo bebé de unos amigos. Me acordé de una vez que llevaba a los turistas y a una velocidad alrededor de cuarenta más arriba de lo permitido para los vehículos federales me explotó una llanta, el carro se zarandeaba y los españoles que se dieron cuenta lanzaban alaridos que involucraban a dios y a productos lácteos… cuando pasaba algo así, chillábamos, “¡ustedes querían aventura!”
Antes, los viajes siempre habían sido a lo desconocido. Cualquiera te mostraba el mundo, no el de afuera, el de adentro. El viaje te enfrentaba a ti mismo, revelándote de lo que estabas hecho: cultura, tradición, prejuicios, miedos. Los disolvía en espejos de la gente del lugar. El viajero conocía y se conocía, decidía sobre su persona y depuraba el alma.
Llegar a lo desconocido y aprender que no todo se dice igual y no todo se percibe igual daba fragilidad y vulnerabilidad al ser. Al resquebrajarse el individuo empezaba a existir. Esto también lo ofrece la literatura.
Marco Polo, las historias de aventuras empezaron a hacer populares los viajes, pero la mercadotecnia y la publicidad (y estoy segura, el control sobre la sociedad), no podía permitir verdaderos viajes a lo exótico, eso crearía gente consciente. Hoy reservamos avión, hotel, comidas y amigos. Puedes escoger entre poca aventura y mucha aventura (antes la aventura pasaba sin buscarla, al buscarla y pagar por ella deja de ser aventura). Se ofrecen paquetes que aseguran diversión, entretenimiento, adrenalina.
Se venden emociones enlatadas. ¡Haga el viaje de sus sueños! ¡Planee hasta sus cenas! ¡Visite virtualmente la habitación donde va a hospedarse! ¡Hablamos inglés (o francés, holandés, ruso, japonés)!
Antes el viaje era conocimiento, lo incierto, probarse, luchar. Hoy es la simulación de lo vivido.
La aventura no es de jueves a domingo. En playa, los ilusos turistas que llegaban buscando soledad y ser los primeros en descubrir las ruinas arqueológicas se sorprendían cuando cobraban la entrada o que los mayas tuvieran televisiones. El extrañamiento lo sentía el huésped, quien se ajusta al viajero.
Lo único real es la ficción.
Antes, los viajes siempre habían sido a lo desconocido. Cualquiera te mostraba el mundo, no el de afuera, el de adentro. El viaje te enfrentaba a ti mismo, revelándote de lo que estabas hecho: cultura, tradición, prejuicios, miedos. Los disolvía en espejos de la gente del lugar. El viajero conocía y se conocía, decidía sobre su persona y depuraba el alma.
Llegar a lo desconocido y aprender que no todo se dice igual y no todo se percibe igual daba fragilidad y vulnerabilidad al ser. Al resquebrajarse el individuo empezaba a existir. Esto también lo ofrece la literatura.
Marco Polo, las historias de aventuras empezaron a hacer populares los viajes, pero la mercadotecnia y la publicidad (y estoy segura, el control sobre la sociedad), no podía permitir verdaderos viajes a lo exótico, eso crearía gente consciente. Hoy reservamos avión, hotel, comidas y amigos. Puedes escoger entre poca aventura y mucha aventura (antes la aventura pasaba sin buscarla, al buscarla y pagar por ella deja de ser aventura). Se ofrecen paquetes que aseguran diversión, entretenimiento, adrenalina.
Se venden emociones enlatadas. ¡Haga el viaje de sus sueños! ¡Planee hasta sus cenas! ¡Visite virtualmente la habitación donde va a hospedarse! ¡Hablamos inglés (o francés, holandés, ruso, japonés)!
Antes el viaje era conocimiento, lo incierto, probarse, luchar. Hoy es la simulación de lo vivido.
La aventura no es de jueves a domingo. En playa, los ilusos turistas que llegaban buscando soledad y ser los primeros en descubrir las ruinas arqueológicas se sorprendían cuando cobraban la entrada o que los mayas tuvieran televisiones. El extrañamiento lo sentía el huésped, quien se ajusta al viajero.
Lo único real es la ficción.
Pues no visitamos laguna de Sánchez, pero sí estuvimos dos horas en el tránsito de un lugar a otro, llegué a la casa y me puse a leer.
1 comentario:
Ahora ya sabes qué es ir manejando con Enrique.
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