La inhabilidad de tocar polvo, arena, roca, planta hace que uno quede suspendido en el limbo de la realidad y pierda contacto con lo existente, y vienen problemas.
En cambio, si uno logra controlar mental o psíquicamente el movimiento de sus electrones, se puede descartar el cuerpo y precindir de las absurdas teorías físicas que nos atan a la tierra.
Los científicos de hoy, siglo XXI, acaban de darse cuenta que quizás la teoría de la gravedad no era del todo cierta (prueba de
a) que la física es más parecida a una religión que a una certeza y
b) la gente medio aprende algo con el paso del tiempo… aprenden que antes sabían más).
Entonces, decimos que adquirieron entendimiento, o en otras palabras… ¡luz!
Goethe se agoniza, ¿cuáles son sus últimas palabras? “¡luz, quiero más luz!” Claro que pedía que le descorrieran las cortinas (no aprender más, ¡por Chaac!), para contagiarse de esa luminiscencia y rellenar el cuerpo, osea, pedía una pequeña prórroga. Theodore Roosevelt, un gringo tarado, al contrario mientras moría exclamaba, “Apaguen la luz". Aunque cabe decir pobrecito, pues tenía una esposa quien por cuyo apelativo y lo que conocemos sobre las homónimas, bien podría ser que estuviese huyendo de ella (con extrema y justa razón).
El caso es que todo mundo sabe esto, no sé por qué se espantan. Cuando viene un ataque de migraña o nos golpean la cabeza, la luminosidad interna se lanza contra nuestros ojos y vemos pedacitos de lucecitas bailando, como luciérnagas.
Cuando los budas descartan su cuerpo se dice que se iluminan.
Cuando los santos se vuelven santos, se les salen los rayos por la cabeza.
Hay gente con sensibilidad extrema que puede ver la brillosidad humana escurriendo por los poros de la piel (está un poco perforada).
Hace 2 mil años las chicas sabían esto, veían venir a la luz y tenían que correr o quedaban embarazadas.
Cuando el muerto descarta la piel, queda el concentrado de luz en forma de una estructura calcificada.
Si uno descarta el cuerpo y no aprende a controlar su luminosidad, pues bomba atómica.
Así que, gracias al aikido y una clase donde nos enseñaron a volar (bueno, intentaron enseñarme a volar, yo aprendí a caer con el cuello) pude irme a tomar unas fotografías de mi luz interna. Salió muy bien. So i share.
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