Hace ya varias lunas que mi, en ese entonces, no-marido y yo estábamos dormidos (cohabitábamos de manera pecaminosa, omaigod, y de tantas formas, O MAI GOD) cuando mi gato con maullidos estertóreos llegó corriendo y brincó a la cama, depositó algo con un plop húmedo y yo prendí la luz. Era un ratón. Un ratón gris y gringo. Un ratón mojado. Un ratón vivo. Bien vivo. El ratón me brincó a mí, yo brinqué a mi vez tirando lámpara y cobijas y grité, ( como se debe hacer de la manera más Buffy y valiente posible,) “¡un ratón!”. Mi entonces no-marido roncó más fuerte. Yo tomé zapato y libro Malleus Maleficarum y perseguí ratón y gato hacia un clóset y no lo volví a ver.
Pero mi roomate MG sí lo vio, después, escondido tras los rincones, asustado de que alguien lo viera. Y entre ella, mi gato y su novio lo cazaron, y lo liberaron en el capitolio para que se uniera a las propuestas de reformas migratorias. El ratón, como buen migrante discriminado, regresó, lastimado y gateando, hasta la puerta de mi dulce y costeño hogar.
Donde expiró.
Me lo imagino alzando la patita “vieja, vieeeejaaaaa, adiós viejaaa, trae a los niños, me tengo que despedir, cof cof, viejaaaa, viejaaaa ¿no me oyes? viejaaaaaa”. Pobrecito.
Bueno, no, la verdad yo me imagino que expiró en el camino pero se hizo zombie y grrr arghhh se arrastró hasta la puerta con la intención de comerse nuestros cerebros, pero quedó congelado en el frío wisconsiniano donde las vacas en vez de dar leche dan helados.
Y ya, el gato, como todo buen gato, siguió gruñéndole a las paredes y escondites por un rato, atacaba goblins imaginarios en las tuberías, provocaba ruidos en la noche. Pero no volvió a traerme un ratón. Posiblemente por mi ineficacia para cazarlos y desmembrarlos.
El caso es que hoy, mi roomate MG entró a la casa y vio a mi gato en postura extraña. Como cubriéndose la boquita (gato decente) mientras en sus fauces crujía algo con consistencia a chicharrones, algo gricesito, con cola en movimiento, ¡con patas! Dejando mientras tanto una misteriosa mancha rojiza en el piso (mancha que yo pensaba que alguien dejaba al poner las copas de vino en el suelo).
Así que, conclusión: mi gato se ha estado comiendo los ratones de mi casa. Completos. Con todo y cola. Además, deja rastros de vino tinto en la alfombra. Ugh, ahora sé por qué le apesta la boca a carne molida y no a cat chow.
¿Le pueden hacer daño?
3 comentarios:
lo busqué! no worries, checa:
"Yes, they do eat mice. In fact, one biologist described mice as the perfect cat food. Well-fed cats are less likely to eat their catch. Also, a large component of the ’play’ is really evaluating the catch as food. I know one cat who caught a large rat, but didn’t eat it. The problem was that the rat was excessively skinny - probably sick. Some other cats caught mice, eating everything except the stomach - the mice evidently ate something unacceptable to the cats - maybe rat poison. Usually they don’t leave part of it - they usually eat the whole thing or nothing."
yeiii, gracias!
Eitaleeeee... hacía mucho que no te leía...
Dale de comer a tu pobre gato y cómprale ratones de juguete... :D
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