Nuevamente pasó.
Llantos.
Una alumna mía se puso a llorar porque o no comprendía el español o su estrés es altísimo y se desahoga conmigo o su novio la golpea y en vez de llorarle a él me llora a mí. No sé. La gente tiende a llorar cuando me ve. Lloran mucho y lloran siempre.
Yo no entiendo cómo me encuentran estos chillones. Puedo estar en un camión de Nayarit a Campeche y el único llorón se va a sentar a lado mío, yo lo voy a saludar y se va a poner a chillar.
Pero como yo no lloro mas que cuando estoy enojada o cuando me acomodo el hombro dislocado (cada seis meses, ahora), no entiendo muy bien este acto de lanzar agua por los ojos y mocos por las narices. Cuando la gente lo hace me pone nerviosa. No sé qué hacer. Si ofrecerles palmaditas en la cabeza, un kleenex, mover la cabeza y decir “ajá, ajá, entiendo” o qué. Me pongo muy nerviosa, empiezo a parpadear mucho y mover la nariz. Y luego, inevitablemente, me da risa.
No risa de levantar los labios levemente. No, me da un ataque de risa. Me da risa cósmica. Me da una explosión de risa.
Entonces, cuando entró el siguiente profesor (uno de ruso que estaba substituyendo a la de siempre y éste, cual Juan por su casa, entró al salón mientras yo seguía ahí, puso sus papeles sobre mis libros y quitó mi mochila de la silla y la puso en el suelo. Yo hubiera inmediatamente corrido hacia él, lanzándole gises y borradores empolvados, y le hubiera dicho “Mira carbonsísimo sobrino de ruta, tva-ya mama sa-syot kor-rovie khuy-ee, te esperas afuera hasta que yo salga” pero no pude porque en ese momento) estaba la alumna berreando y moqueando e hipando y diciendo no sé qué madres de que trata y estudia y no puede. No sé, no la estaba escuchando porque yo estaba en proceso de masticar mi lengua y carrillos para contener la terrible risotada que traía subiéndoseme por la garganta.
Luego pensé en darle unas palmaditas en la cabeza y decirle “ya ya” y justo cuando la iba a palmear, me acordé de la política de ABSOLUTAMENTE NO TOCAR a los alumnos. Entonces con el brazo extendido sobre la cabeza de la chica como si le fuera a exorcizar los demonios, ella en medio de un profundo charco de lágrimas y mocos, mi cara roja y temblando, mis ojos desorbitados y parpadeantes, el ruso aventando mis cosas, mi boca toda masticada por el autocanibalismo...
...Me dio una de esas cosas de las que te sales del cuerpo y te ves desde lejos.
Y la verdad, no pasó nada, porque nunca pasa nada. Con tanto miedo a que te reporten y deporten, la edigator se controla.
A veces.
Y tan tán, fin.