Y la azafata le insistía y detallaba a la señora que se robó cual vil urraca mi lugar de la ventanilla que había que llenar la forma migratoria. Pero si la señora ni había podido entender lo esencial de la letra a un lado del número, que si junto al 7 el suyo decía D y el mío F eso significaba rascacielos y nubes bonitas en forma de penes y dragones para mí y para ella golpes en el codo con el carrito de los refrescos.
Y la señora, pía, en verdad, puso a un lado el rosario, la hoja para leer el rosario (con dibujos, obvio) y un mea culpa a la mitad y hurgó entre medallitas y escapularios para sacar los mentados documentos. La edigator (encore, moi) entonces puso de lado los evangelios apócrifos donde se relatan las hazañas de Jesús niño convirtiendo en cabras a los chicos que no querían jugar con él y matando a un compañerito cuando al pasar corriendo lo empujó (me gusta leer mitología en viajes largos).
Después de que la edigator llenó la forma F-1, la H1N1, la XL3, etc, la devota señora me tomó de las manos y me dijo “eres un ángel”. Que el santito san Eustaquio de las arañas verdes me había enviado (mentira, fue un taxi), que me daba la santa imagen del santito san Eustaquio de las santísimas arañas verdes…
“no tiene que hacer nada. Sólo creer”.
Uta, señora, pos a buen árbol se arrima. Yo no creo.
“¿En nada?”
En nada.
“¿Así que sólo en Diosito?”
Que no señora, en nada.
Y entonces la mística suspira, mira por la ventana y me dice (osea a la edigator) toda llena de halos, causas y capas, “está bien, estoy preparada, pregúnteme lo que sea, yo le responderé”. Por un segundo tuve la tentación de preguntarle el número ganador de la lotería, pero algo como una especie de esquizofrénica vocecita me lo impidió.
Pos no tengo preguntas.
Casi se le salen las lágrimas. Doña Agustina que creía que dios le hablaba y nada, eran los audífonos de la película. Y la edigator perversa, le negó a la bendita su pequeñito goce de sentirse paladina.
En fin. Tres horas después llegamos a Chicago, y cuando abrieron el overhead compartment (la guantera del avión), la pía y analfabeta señora Agustina jaló su bolsa y se le cayó un Santo niño de Atocha. Se le rompió la patita y la cabeza.
Me puse los dedos como cuernos y le hice, hsssss, y la pérfida edigator salió corriendo.La imagen del santo, tomada de aquí.
Yo había apuntado hacia mi boleto, luego al suyo, había movido los brazos, me jalé el pelo, miré al cielo, clamé a chaac… lo normal y necesario para hacerse entender. Y ella sonreía beatamente y me decía, “pero el mío dice siete”. Total, yo llevaba gruñendo como media hora, la aeromoza blandiendo formas migratorias y pidiendo plumas al azafato hasta tras pausa dramática (chan chan chaaaan) que la ratera señora le dice “es que tampoco sé escribir”.
Carajo.
Y bueno, para qué negar que cuando uno escucha el clamado de una causa, se oyen cornetas, aparece el halo sobre la cabeza “Seré héroe, demostrando mi superioridad ante los salvajes y primitivos tercermundistas analfabetos”. Oh, una causa, al fin. Se me hacía agua el espíritu. La edigator, osea yo, corrió al baño y regresó con capa y antifaz en 2 segundos “No se preocupe señora, yo la ayudo, preste pasaporte, visa, dirección de Chicago y hermana”.
Y la señora, pía, en verdad, puso a un lado el rosario, la hoja para leer el rosario (con dibujos, obvio) y un mea culpa a la mitad y hurgó entre medallitas y escapularios para sacar los mentados documentos. La edigator (encore, moi) entonces puso de lado los evangelios apócrifos donde se relatan las hazañas de Jesús niño convirtiendo en cabras a los chicos que no querían jugar con él y matando a un compañerito cuando al pasar corriendo lo empujó (me gusta leer mitología en viajes largos).
Después de que la edigator llenó la forma F-1, la H1N1, la XL3, etc, la devota señora me tomó de las manos y me dijo “eres un ángel”. Que el santito san Eustaquio de las arañas verdes me había enviado (mentira, fue un taxi), que me daba la santa imagen del santito san Eustaquio de las santísimas arañas verdes…
“no tiene que hacer nada. Sólo creer”.
Uta, señora, pos a buen árbol se arrima. Yo no creo.
“¿En nada?”
En nada.
“¿Así que sólo en Diosito?”
Que no señora, en nada.
Y entonces la mística suspira, mira por la ventana y me dice (osea a la edigator) toda llena de halos, causas y capas, “está bien, estoy preparada, pregúnteme lo que sea, yo le responderé”. Por un segundo tuve la tentación de preguntarle el número ganador de la lotería, pero algo como una especie de esquizofrénica vocecita me lo impidió.
Pos no tengo preguntas.
Casi se le salen las lágrimas. Doña Agustina que creía que dios le hablaba y nada, eran los audífonos de la película. Y la edigator perversa, le negó a la bendita su pequeñito goce de sentirse paladina.
En fin. Tres horas después llegamos a Chicago, y cuando abrieron el overhead compartment (la guantera del avión), la pía y analfabeta señora Agustina jaló su bolsa y se le cayó un Santo niño de Atocha. Se le rompió la patita y la cabeza.
Me puse los dedos como cuernos y le hice, hsssss, y la pérfida edigator salió corriendo.La imagen del santo, tomada de aquí.
En esos casos lo indicado es hacerse wey como que uno anda perdido sabe qué modo y hablarle a la azafata/sobrecargo/aeromoza para pedirle indicaciones de dónde sentarse.
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