Al principio hubo dos, y eran las canas, porque no les podíamos poner nombre, no entendían, yo estaba segura que eran perros down, con deficiencias de aprendizaje, con menos neuronas, salvajes e indomables, mezcla no permitida, como un ligre, como lobos en cautiverio.
Conocían el mundo con la lengua, todo chupaban, todo destruían. En una ocasión entraron tres gatitos chiquititos a la casa y las mexicanas los desgarraron, pinches huracanas destructoras, se revolcaron en la sangre y las encontramos rojas a las toscanas entre pelos y entrañas. Mataban todo, palomas, tlacuaches, plantas… y los suéteres.
Cuando hacía frío la compasión hacía que sacaras una caja y una cuerda y atraparas a una, la otra se quedaba cerca, brincando alrededor, entonces con una mano maniobrabas un chaleco tejido sobre una macana, ésta se retorcía y antes de soltarla agarrabas a la otra. La picana con el suéter se quedaba saltando, tratando de ver, y con la otra mano envolvías a la araucana en estambre. La liberabas y ambas empezaban a morderse, a arrancarse pedazos y retorcerse en el suelo, a las dos horas podías ver las hilachas regadas por el jardín y dos jamaicanas desnudas felices, persiguiendo escarabajos o enterrando su plato de agua.
Una de las decanas tuvo un novio, un rottweiler negro de ojos pizpiretos que le gimoteaba y la palancana escalaba la reja y brincaba a la calle para irse con él. Pero un día pasó un carro y la aplastó. La otra rubicana entonces se acurrucó a un lado del cuerpo destruido de la matacana y mi madre llegó y la encontró a ella y al rottweiler llenos de muerte, haciendo su luto en el suelo.
Entonces arribó el abril, perrito fino y de modales aprendidos, y le empezó a hacer compañía, pero el abril le jalaba las orejas, le picaba los ojos, la tiraba por las escaleras y después se la cogía.
Y no sé bien qué le dio a la arcana, dijo el doctor que una infección y que había que operarla. Yo el jueves fui a la casa y la vi, noté que su cabeza se meneaba pero no parecía tener el cráneo deforme, los ojos estaban opacos y hundidos, estaba deshidratada la vaticana, acostada debajo de una silla, y le hablé, le dije "entrecana" y medio movió la cola, no huyó, no brincó, no evitó todo contacto, me dije, es grave y la metimos en una caja y la llevamos a este lugar a donde van a morirse solos los animales. Entonces el doctor dijo, "suero y observación y luego abrirla y sacarle todo lo que no funcione, coserla y ya, como nueva".
Pero no funcionó, porque el sábado se murió.
Y ahorita el abril está en la reja aullando así como entrecortado, y mi madre le avienta una pelotita y el abril la ignora, nomás la ve pasar y vuelve a aullar.
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