29.7.06

Del que sí pegó

Lo que más da miedo de un huracán es el día antes. Cuando están cerradas todas las tiendas y vacías las calles, que escuchas el martillar plak plak plak, la gente con la mirada un poco perdida, tú caminas y te preguntas si tienes todo, si lo vas a sobrevivir, si es suficiente agua, comida, madera en las ventanas, lámparas, si de veras tienes todo en la maleta de emergencia, si cargaste suficientemente tu celular, si está seguro el carro, si no se va a volar el tanque de gas, si mejor lo aprietas, y mientras tanto, oyes el plak plak plak.
Una vez que empieza, ya no puedes hacer nada. A mí siempre me ha llamado la atención la gente que sigue nerviosa una vez que el avión está volando. Antes de llegar al aeropuerto, antes de pasar por los rayos X, antes de despegar, incluso, pero en el aire, ¿qué más puedes hacer? Ya no está en tu control.
Emily fue un juego, un huracancito pedorro. Duró, creo, tres horas, se apagaron las velas. Básicamente, en términos playenses, duró un six. En la mañana que salimos y vimos los destrozos, era pasmante. Ramas, tejas, cocos, el mar se había llevado la orilla, había lugares que parecía que una mano que había bajado del cielo los había aplastado. A machetazos abrimos un camino para sacar a Don Pepe para que pudiera ir al hospital. Levantamos palmeras y barrer barrer barrer escombro.
Pero Wilma. Comenzó el jueves. Tres días encerrados, oyendo cómo bramaba el mar. La madera de la ventana se voló en la primera hora, pero no se puede hacer nada mas que esperar. Jugar cartas, contar historias, escuchar, platicar, tomar cerveza, fumar.
El domingo salimos, el huracán era ya categoría uno, un viento de unos 50km por hora. La arena pulía nuestras caras.
La gente pasaba y veía un oxxo abierto, se llevaron cerveza, papas, luego refrescos, luego los refrigeradores, las cajas registradoras, los anaqueles, los focos. En Playa al menos esperaron a que Wilma rompiera los vidrios; en Cancún, los chamacos y sus padres rompían ventanas y abrían portones. Un amigo vio cómo llegó un Hummer a un Soriana y empezó a sacar lavadoras y una sala. Dio seis vueltas antes de vaciar la bodega. ¿Hambre? Jamás hubo. ¿Falta de comida? Nunca.
Claro, las compras de pánico. Uno cree que se va a acabar el pan, llega el camión, deja 20 bolsas de pan bimbo en un super, llega la primera persona, cree que se va a acabar, y compra todas las bolsas, entonces... ¡se acaba el pan!
Pero comida había.
Señora con una televisión de plasma, la detiene una reportera y la vieja exclama, ¡es que nos estamos muriendo de hambre!
A la vecina de la suegra Alex, una señora de como 75 años, le rompieron una ventana el sábado. Se metieron diez personas, "compermiso," le dijeron, y le vaciaron la casa, mientras ella veía todo desde la sala. Le dejaron el sofá en el que estaba sentada y dos latas de atún.
Arriba Fox que llegó y solucionó el conflicto en dos patadas.
El DIF y el ejército llegaron a repartir despensas. Yo vi a la gente de la selva tirar la comida o dársela a los cerdos, "mira, galletas marca Lara, yo sólo como Saladitas Santos". Un pueblo entero se cruzó de brazos y decía, "el gobierno nos tiene que ayudar, no tenemos ni un camino para llegar a la carretera".
Después del huracán hubo dos actitudes. Nosotros salimos y vimos la destrucción. Afuera de la casa estaba la selva, se cayeron bardas enteras, árboles y postes. Secamos los charcos, limpiamos el escombro, a machetazos quitamos las ramas que podían caerse, limpiamos los vidrios, entre todos los vecinos. Al medio día, ya se podía circular por nuestra calle. Fue de las primeras que pudo arreglar la CFE. Una familia gringa a ocho casas para allá no limpió nada. Su árbol cayó en su cochera y bloqueaba casi toda su puerta. Pedían que el gobierno los ayudara. A los tres días tenían luz, pero al mes seguían con el escombro en su casa.
A Sergio le robaron su tinaco. Durante el huracán se cayó del techo a casa de un vecino, el vecino lo vendió. Era increíble ver a la gente que si podía llevarse algo lo consideraba como algo encontrado. La diferencia entre hallar un billete de 50 pesos en el suelo y un refrigerador en una tienda sin puerta era la misma.
Gente que decía, yo soy pobre y por eso me debes ayudar. Fox que pregunta, "¿en qué ayudo,?" y la policía le dice que hacía dos meses habían pedido uniformes y no les habían llegado.
Por un lado el altruismo, pero en general, un cinismo desmesurado.

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